jueves, 17 de octubre de 2013

DIAGNÓSTICO SISTÉMICO FRENTE A ETIQUETAJE DIAGNÓSTICO



Tomando como punto de referencia la idea de sistema como un conjunto de elementos en interacción dinámica, en el cual el estado de cada uno de los elementos está determinado por el estado de cada uno de los otros (Miller, 1978), y la definición de terapia familiar como un enfoque basado en la comprensión de la conducta humana conformada por su contexto social (Minuchin 1994), podemos afirmar que el modelo de intervención sistémico familiar representa una ruptura y un desafío a los modelos psicoterapéuticos “tradicionales”(centrados en la terapia individual), quienes ponen la mirada fundamentalmente en el individuo y su dinámica interior, y relegan a un segundo plano la importancia de las interacciones en el estudio de las conductas humanas y los procesos mentales de los individuos.

La terapia familiar, desde su visión holística, propone un diagnóstico dimensional y dinámico frente a la forma de diagnóstico categorial planteado por la psiquiatría tradicional, quien agrupando, resumiendo y simplificando síntomas, problemas conductuales y trastornos, llega a construir “etiquetas diagnósticas”.

Hay que decir sin embargo, que en la práctica profesional con las familias, donde generalmente uno de los miembros viene diagnosticado en base a un síntoma (paciente identificado), dicha etiqueta diagnóstica es de utilidad para el terapeuta sistémico, tanto para plantear hipótesis iniciales como de indicio de las dinámicas relacionales que pueden estar desarrollándose dentro la familia, siendo el diagnóstico en cuestión una referencia y no una verdad absoluta e inamovible. Así pues, dentro de una lógica científica, los diagnósticos resultan operativamente válidos en términos terapéuticos, y suelen ser el resultado de un ajuste funcional entre terapeuta y familia en un marco de significados socialmente compartido.

El problema surge cuando se plantean diagnósticos rígidos y estáticos sustentados sobre “verdades absolutas”, cuando se “etiqueta” a los clientes/pacientes reduciendo su identidad al nombre de un trastorno, es en estos casos cuando considero que un diagnóstico enferma más que cura. Considerar el diagnóstico en términos de contexto (al que se debe tener en cuenta pero no agarrarse como un clavo ardiendo), sumado a una actitud dinámica, flexible y adaptativa del terapeuta, puede evitar caer en el reduccionismo del etiquetaje diagnóstico.




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