La adolescencia de un hijo representa para el sistema familiar al
que pertenece, un cambio de etapa en su ciclo vital, y una nueva circunstancia
para la cual deberá modificar algunos de sus patrones de interacción
(re-estructuración). La familia, deberá tener la flexibilidad necesaria para
adaptarse a esta nueva realidad y mantener su continuidad como sistema, al
mismo tiempo que permitir al hijo adolescente hacer un proceso de
diferenciación adecuado y necesario para su ciclo vital individual. En este sentido,
la morfogénesis juega un papel crucial para el sistema familiar.
La adolescencia es un periodo de tránsito entre la edad infantil y
la adulta, el individuo experimenta una transformación tanto biológica, con
cambios físicos, como psicológica, al iniciar un proceso de diferenciación y
configuración de su identidad.
El adolescente, en su camino para construir su identidad, debe en
primer lugar “apropiarse de los deseos”,
pasar de ser un niño cuyos deseos están influenciados por sus padres, a ser un semi-adulto
que debe conectar con sus propios deseos y ser el protagonista de los mismos.
Las expectativas de los padres pueden jugar en contra de que el adolescente
aprenda a conectar con sus propios deseos, y por ende, a establecer su
identidad.
Es en esta etapa vital cuando el individuo, en pro de conformar su
identidad propia, empieza a reclamar su intimidad,
tanto física como psíquica. Establece fronteras entre si mismo y su sistema
familiar, y dado que en esta época es cuando emerge la sexualidad de manera más
acentuada, la intimidad se plantea para el adolescente como un refugio ante sus
padres.
La transgresión de las
normas familiares supone otro de los movimientos fundamentales del adolescente
para definir su identidad, necesita conocer cuáles son los límites y poder
tocarlos, transgredirlos (proceso de tanteo de sus capacidades). El papel de
los padres es trascendental a la hora de poner límites a sus hijos sin caer en
la sobreprotección ni en el autoritarismo, y siempre bajo un clima de afecto y
confianza.
Estos tres aspectos señalados suelen aparecer en la familias como
una revolución, como algo inesperado. Los padres han de asumir cierto grado de
conflictividad inherente al proceso que están experimentando sus hijos, tolerando
una desorganización familiar temporal en vista de una nueva estabilidad. Esta
situación suele afecta negativamente sobre todo a familias que “arrastran”
dificultades y conflictos de etapas anteriores; aunque incluso en familias con
una estructura estable, este momento suele coincidir con problemas de la pareja
propios de estos periodos medios de la vida, como son la crisis de los cuarenta
o la preocupación por los “abuelos”.
No
existe una única receta que garantice el éxito de las familias ante una
situación de adolescencia de un hijo, pero sin duda el respeto, un apego
seguro, la comunicación, la resolución conjunta de problemas, y la
flexibilidad, son recursos que la familia debe poseer para adaptarse a la nueva
realidad.
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